jueves, agosto 31, 2006

Gris sepia

Otra maravillosa interrupción
de la sucesión periódica, triste,
de anodinos días grises
que vemos pasar sin razón
y sin querer nos embisten.

Y con regocijo disfrutamos
cada noche que salimos
y bebemos y vivimos
y entre todos nos amamos
y, ebrios, sucumbimos.

Y cambiamos con ternura
nuestro gris cotidiano
por otro gris sepia mundano
sin hermosura ninguna
más allá de la que le damos.

Comprimir buenos momentos
en bares de ebria niebla,
por esas calles gris sepia,
con colores que no siento
en mis ojos fiera feria.

Gris,
solo gris,
más gris,
hay tanto gris,
que gris nada significa.
Gris sepia glorifica,
gris sepia, bonito,
no por su belleza,
sino por distinto,
dos y luego cinco.

lunes, agosto 28, 2006

La Luz

La noche se cierne sobre mi, el resto del mundo sigue la luz del sol, yo no. Y no es porque sea especial, más bien porque no lo soy. Desafié a la luz, y ahora la penumbra es mi compañera. El sol aun se ríe de mi, es como Poseidón al ver a Ulises atacando a su hijo, nos odiamos, pero yo necesito la luz para vivir, y él a mi no me requiere para nada. No debí hacer aquello... pero es cierto, odio el calor abrasador que desprenden las estrellas, y por ello adoro a la luna, cuya luz tenue es perfecta para todo, menos para leer y escribir. El problema es precisamente ese; soy escritor. La luz artificial hace semanas que no me funciona, las velas se niegan a encenderse y ya no sé qué hacer. Mis editores están enfadados conmigo, porque no avanzo en mi nueva novela, no tardarán en despedirme si esto sigue así. Le he pedido perdón a todas las estrellas y en especial a la nuestra, pero no existe la piedad en sus temibles llamas.

Dejo la soledad, cojo mi abrigo y me voy al bar de la esquina. Me abrazo a la jarra de cerveza y empiezo a beber, el alcohol ahoga mi espíritu antisocial y las lágrimas ceden a mi alma cauta. Quiso la luna personificarse en una preciosa poetisa para arrancarme también la luz del corazón. Como Ulises frente a Atenea, mi boca sonríe e inclino la cabeza ante tanta hermosura. Ella, no bastándose con mi corazón, une sus labios a los míos para atravesar mi estómago con un rayo que, aunque electrificante, me causa una sensación de vivacidad y placer inusitado en un escritor de escasa comunicación como yo. La miro con ojos vidriosos de lágrimas y alcohol, su mano roza la mía, me aferro a ella como si fuera mi diosa amante, y su sonrisa hace que el mundo entero quede inundado de una ligera luz plateada que guía los pasos de un mediocre escritor errante, descarriado, perdido e inútil. La inspiración cae sobre mí, como le aconteció a Shakespeare al quedar prendido de aquella hermosa mujer. En sus ojos cristalinos leo las palabras perfectas para describir todos los sentimientos que por mi cabeza pasan, las frases fluyen de mí con una cadencia exacta, caen sobre el papel al igual que sus brillantes cabellos color plata se arrastran por mis entrañas y miles de ideas atraviesan mi cabeza con cada caricia de sus manos blancas, inmaculadas como el mármol, cálidas como el sol en agosto, pero gratificantes, hipnotizadoras, delirantes...

Despierto en la cama, y a mi lado descubro un gran vacío, toda sensación de levitación desaparece, poco a poco mi sonrisa se transforma en una mueca de pesar ¿Y mi cartera? En la habitación descubro que faltan todos mis objetos de valor. ¿La luna es puta? ¡Maldita sea!

Enciendo el ordenador y con gran alivio compruebo que la novela está terminada; mi obra maestra. Creo que esta noche volveré a ese bar...
¿El sol me ha guiñado un ojo?

-- por Elisa.

jueves, agosto 03, 2006

Elogio de la esperanza

...Quedan solamente cinco minutos. Toda la mañana esperando el momento. Ansioso. Sudoroso. Mis manos temblando, mirando el maldito reloj en la pared del fondo. Espero este momento desde que despierto, cuando aún está amaneciendo, y mirando por la ventana, intento evadirme del mundo para acelerar el tiempo, a la misma velocidad a la que el pasado desaparece...

...Vuelvo a mirar el reloj. Dos minutos. Se acerca. Me seco las manos en los pantalones. Me coloco el cuello de la camisa a pesar de los temblores que sacuden mis manos...

...Suena una campana, rompiendo el silencio. Es la hora de la comida. Comienza a llegar el resto de residentes. La veo entrar por la puerta. Me sigue pareciendo bellisima, su elegante andar la distingue del resto, tal como el primer día que entró en este asilo. Por aquel tiempo, difuminado por la niebla del olvido, yo ya estaba empezando a olvidar el día que mi familia me enterró en este maldito lugar en vida...