viernes, junio 23, 2006

La pérdida

Perdí los dientes antes de ir perdiendo progresivamente la inocencia y poco antes de perder el DNI. La vergüenza desapareció al igual que mis llaves: por el hueco del ascensor. El respeto es algo que creo que perdí pero que en realidad nunca tuve. A la vez que el respeto perdí el miedo, ¡qué curioso!. El tiempo también lo perdí, o lo malgasté, no lo recuerdo. Algún amigo se cayó por el camino que vuelve a mi pasado, que también extravié adrede. La soledad se fue de la mano con la tristeza al país de Nunca Jamás para entretener a la desesperanza. Poco a poco, golpe a golpe, día a día se pierden otras cosas, como la ingenuidad, la ilusión y la esperanza. La confianza cayó sóla por su propio peso, mientras la alegría prefería emigrar a lares más felices. Perdí el desempleo a la vez que empecé a perder mi dignidad y luego perdí años, muchos años... Perdí a mis familiares, que se fueron de mi lado y empecé a perder, también, el contacto con la gente. Luego perdí el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado, pero el domingo no, es el único día que me queda, el único en que llevo viviendo desde que perdí la costumbre. Perdí el apetito, el pulso, el oído y algo de vista y, por supuesto, perdí las horas del día y el sentido que tenían. Pierdo la memoria a la vez que la cordura mientras la desilusión, la depresión y la desidia hacen una intensa orgía con sus cuerpos putrefactos entrelazados en mis entrañas, gimiendo de placer, amándome por dentro, sobre mi diafragma y abrazados a mi corazón en un intenso orgasmo colectivo en el que me agarrotan el brazo, la pierna, mi cerebro... y se llevan mi vida.


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